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Introducción

El Patriarcado Latino de Jerusalén es una Iglesia Católica cuyo territorio incluye Chipre, Jordania, Israel y Palestina. Cuenta con el apoyo de seis vicariatos que actúan en diferentes campos de acción para apoyar a las comunidades cristianas de estos países. Desde el 6 de noviembre de 2020, el arzobispo Pierbattista Pizzaballa es el actual Patriarca de Jerusalén.

El Patriarcado Latino de Jerusalén tiene una larga y compleja historia, entrelazada con la todavía más antigua y compleja historia de Jerusalén. Aquí nos conformaremos con ilustrar los momentos más significativos para comprender el origen y las características de esta institución católica en Tierra Santa.

Jerusalén y la Palestina otomana en los comienzos de 1800

Desde el fin de las Cruzadas (1270), Jerusalén vivió en una situación de relativo aislamiento que se prolongó hasta el año 1800, aunque la presencia de cristianos se mantuvo ininterrumpida.

A comienzos del siglo XIX Jerusalén continuaba aislada por motivos geográficos y políticos, incluyendo el miedo al retorno de los “latinos”, nombre con el que se designaba en general a los europeos, por su uso del latín. Fue a partir del mediados del siglo XIX cuando empezó a ser más fácil llegar a Jerusalén, gracias al invento del barco de vapor que permitía llegar más rápidamente desde Europa, llegando al puerto de Jaffa. La presencia de los latinos en Tierra Santa desde la época de las Cruzadas fue preservada por los frailes menores de la Orden de San Francisco, a quienes el Papa más adelante encomendaría la tarea de custodiar los Santos Lugares. De ahí procede la denominación “Custodia de Tierra Santa”, así como el título de “Custodio” que corresponde al Superior de la Orden en Oriente Medio y que tiene a su cargo los Santos Lugares. Poco a poco Francia, que en el siglo XII había obtenido del Califa de Bagdad Haroun Al-Rashid el protectorado de los católicos de Tierra Santa, que luego perdió después de la Revolución Francesa, recuperó el derecho a la protección de los Santos Lugares y los cristianos que vivían en el Imperio Otomano.

Además de los “latinos”, los ortodoxos griegos también intensificaron su presencia en los Santos Lugares después de la caída de Constantinopla (año 1253) y avanzaron en sus reclamaciones sobre los mismos, a las que se sumaron las de un emergente Imperio Ruso. De esta manera, a lo largo del siglo XIX ortodoxos griegos y rusos unieron sus fuerzas para lograr la supremacía sobre los Lugares Santos.

Tres acontecimientos contribuyeron a la apertura de Palestina a Occidente durante el siglo XIX. La primera fue la campaña de Napoleón Bonaparte en Siria en 1799 (como continuación de la de Egipto), que a pesar de ser un fracaso militar tuvo el efecto de despertar la codicia de las potencias europeas sobre Palestina. El segundo acontecimiento fue la invasión de Palestina por Mohammed Ali, un ambicioso virrey de Egipto que permitió la apertura de la región a la influencia de Occidente, el establecimiento de Sociedades Misioneras Cristianas y el fin de la discriminación contra los no musulmanes. Finalmente, el tercer evento fue la guerra de Crimea (1853-56) que tuvo como pretexto los Santos Lugares: terminó con el Tratado de París (1856) y sancionó la derrota de Rusia, dejando sin resolver la cuestión de los Santos Lugares.

La restauración del Patriarcado Latino

Jerusalén fue la primera sede episcopal de la historia del mundo cristiano, con Santiago el Menor al frente y, tras su martirio, sus sucesores. Pero otras sedes episcopales ganaron preeminencia en esos primeros siglos (Antioquía, Alejandría de Egipto, Rome), de modo que hasta el año 451 Jerusalén no sería la sede del Patriarcado Latino, junto con Constantinopla. Desde entonces se sucedieron los Patriarcas en Jerusalén hasta el final de la era de las Cruzadas (1099-1291), cuando los cruzados eligieron un Patriarca del rito latino para los griegos y los latinos, contrariamente a los deseos del Papa Urbano II de que se respetara la autoridad del Patriarca Griego. La “latinización” de la sede Patriarcal era considerada algo legítimo por los latinos, mas no así por los griegos cuyo Patriarca se exilió. Tras la caída de San Juan de Acre (1291) no hubo más Patriarcas en Jerusalén, y el título se atribuyó a prelados de la corte papal de Roma que recibieron la denominación de “in partibus infidelium” (“en tierras de no creyentes”), o simplemente “in partibus”, para designar a los obispos, hoy llamados obispos titulares, cuyas diócesis, puramente honoríficas, se encontraban en territorio ocupado por los turcos.

El antiguo sueño de la restauración del Patriarcado vino de la mano de la Congregación para la Propagación de la Fe (Propaganda Fide). Desde sus comienzos en el siglo XVII, Propaganda Fide dedicó mucho tiempo y energía a Oriente Medio, pero sus esfuerzos se vieron frustrados por la Revolución Francesa (1789) y sus consecuencias en Italia. A principios del siglo XIX Propaganda Fide intentó aplicar nuevos métodos misioneros con la introducción de otras órdenes religiosas, la formación de clero indígena, la creación de escuelas, etc. Todo ello fue posible gracias a las facilidades que se concedió a los cristianos, primero por parte de la autoridad egipcia y luego por los otomanos.

Propaganda Fide comenzó a considerar seriamente la restauración del Patriarcado Latino  cuando vio el éxito de los misioneros de la Iglesia Ortodoxa Rusa y de los protestantes en Tierra Santa. Sin embargo, la oposición de los Franciscanos y de Francia, así como la debilidad del pontificado del Papa Gregorio XVI, hicieron que esta cuestión se redujera a un tema de debate. Con la elección de Pío IX en 1847 el proyecto empezó a tomar forma. Un conjunto de factores favorables dieron la oportunidad al joven Papa de hacer realidad el proyecto. La Sublime Puerta (nombre del órgano ejecutivo del Imperio Otomano) envió a su embajador Chebib Effendi, en febrero de 1847, para proponer a la Santa Sede un acuerdo para la protección de los cristianos, y así evitar las continuas injerencias de las naciones occidentales en el Imperio Otomano. La propuesta fue bien acogida por el Papa Pío IX, quien ya tenía en mente un ambicioso plan para los cristianos y las Iglesias Orientales, al tiempo que quería reafirmar la autonomía de la Santa Sede frente a los poderes europeos. El momento era propicio a nivel internacional, y las restricciones y obstáculos a nivel local pudieron salvarse, de forma que Propaganda Fide entró de nuevo en escena con la redacción de las cuestiones prácticas y todo condujo a la restauración del Patriarcado Latino. El Cardenal inglés Charles Acton puso por escrito una lista de razones que justificaban la creación de una diócesis latina en Jerusalén y los asuntos inherentes a dicha restauración (el título del nuevo Obispo, fronteras de la diócesis, recursos, etc). Propaganda Fide definió esos aspectos y el Papa anunció al mundo con la Carta Apostólica Nulla celebrior, el 23 de julio de 1847, la restauración del Patriarcado, y el 4 de octubre del mismo año dio a conocer el nombre del nuevo Patriarca.

Los primeros pasos del nuevo Patriarca

Giuseppe Valerga nació en Loano en 1813 en el seno de una familia modesta. Ingresó en el Seminario de Albenga para continuar sus estudios en Roma, donde obtuvo el título de Doctor en Derecho y Teología y adquirió un sólido conocimiento de lenguas orientales. Se incorporó a Propaganda Fide en 1836: aquí destacó por sus habilidades y, habiendo sido nombrado asistente del Vicario Apostólico en Aleppo, de 1842 a 1847 estuvo en Mosul para ayudar a los Padres Dominicos a retornar a su misión. Su trabajo apostólico, su serenidad al afrontar situaciones que podrían haberle conducido al martirio varias veces, su trabajo académico (como el borrador del diccionario Caldeo-Italiano) hicieron de él un misionero ejemplar. EN mayo de 1847 fue llamado a Roma y consagrado Patriarca por Pio IX el 10 de octubre de ese año. Tenía 34 años.

En enero de 1848 llegó a Jerusalén, donde fue recibido con entusiasmo. Inmediatamente empezó a formar al clero nativo, desarrollando una red de misiones en Palestina y asegurando ayuda económica de Europa. Frente a las numerosas dificultades que surgieron con las autoridades políticas y religiosas locales, el Patriarca Valerga permaneció fiel a su papel. Diez años más tarde la Santa Sede le confió mayores responsabilidades al designarle Delegado Apostólico para Siria y Líbano. La “mano derecha de Pío IX en Oriente” fue convocado a participar en el Concilio Vaticano I para apoyar al Papa en la cuestión de la infalibilidad. Valerga falleció inmediatamente después del Concilio, como consecuencia de una fiebre contraída en misión. Al dar la noticia de su muerte, Pío IX declaró: “No podemos reemplazar a Valerga”.

Una de las iniciativas del Arzobispo Valerga fue el renacimiento de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén. A su llegada a Tierra Santa, se convirtió en un buen juez de la Orden que se había confiado a su cuidado como Patriarca Latino. Desde el final de las Cruzadas, los Franciscanos estuvieron al servicio del Santo Sepulcro y la acogida de los peregrinos. Algunos de ellos vinieron a Jerusalén a recibir la investidura como Caballero en la Tumba de Cristo. Estas investiduras al principio se confiaron a caballeros laicos, pero más adelante el Papa confió solamente al Custodio de Tierra Santa el derecho de formalizar la investidura de Caballeros del Santo Sepulcro que se habían puesto al servicio y habían mostrado ser peregrinos sin miedo para afrontar los desafíos de un viaje a Tierra Santa. El historiador Alphonse Dupront habla de “un rito semi-solitario que la Iglesia y Oriente aceptarán casi contra su voluntad, por la audacia de algunos aislados, errantes o supervivientes de las campañas de las Cruzadas”.

El Custodio y sus sucesores ejercitaron ese derecho continuamente desde 1500 a 1848, concediendo la investidura a 1835 Caballeros.

Valerga comprendió rápidamente la utilidad de esta antigua Orden y le asignó una nueva tarea: apoyar material y espiritualmente al Patriarcado Latino, recién restaurado. Con la publicación de la Carta Apostólica Cum multa sapienter de 1868, el Papa Pío IX sancionó oficialmente el renacimiento de la Orden Ecuestre propuesto por el Obispo Valerga (los 20 años que transcurrieron desde que Valerga presentó el proyecto al Papa y la aprobación del mismo demuestra la cautela con la que la Santa Sede gestionó este asunto). La Orden está todavía activa y permanece fiel a su misión, ofreciendo su apoyo al clero del Patriarcado, el Seminario, viviendas de religiosas, escuelas, etc).

Conclusión

Las breves coordenadas históricas expuestas han demostrado que se puede fijar la fecha de inicio del Patriarcado en Jerusalén en torno al año 451, al igual que en Constantinopla.

Sin embargo, como hemos visto, sólo en el periodo de las Cruzadas (1099-1291) Jerusalén será la sede de un Patriarca Latino, si bien no por decisión del entonces Sumo Pontífice.

La restauración del Patriarcado Latino en el siglo XIX se puede considerar una respuesta pastoral de la Santa Sede a los múltiples intereses religiosos y geopolíticos que nacieron a mediados de ese siglo.

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