23 de marzo de 2025
III Domingo de Cuaresma, año C
Lc 13, 1-9
El pasaje evangélico de este Tercer domingo de Cuaresma (Lc 13,1-9) se centra en un tema fundamental del camino cuaresmal: la conversión.
Porque la Cuaresma es también esto, un tiempo que se nos da para que nos convirtamos de nuevo.
Es el propio Jesús quien habla de ello, en la primera parte del pasaje (Lc 13,1-5), en respuesta a unos personajes no identificados que se presentan ante Jesús para contarle un hecho dramático: unos galileos, que habían acudido a Jerusalén para rendir culto, habían sido asesinados por Pilato justo cuando ofrecían sus sacrificios.
Era un hecho inquietante, que podía prestarse a una interpretación religiosa: la muerte violenta, en efecto, era un signo del castigo de Dios por algún pecado cometido.
Jesús parte de este hecho, y relata otro en el mismo sentido: dieciocho personas habían muerto en el derrumbamiento de la torre de Siloé.
El pensamiento religioso común sugería legítimamente que esas personas se habían hecho particularmente odiosas a Dios por haber cometido algún pecado, por el cual merecían justamente ese destino. Por lo tanto, se podría pensar con la misma legitimidad que aquellos que, por el contrario, no sufrieron tal destino podían considerarse justos y agradables a Dios. Encontramos esta forma de pensar en otras partes de los Evangelios (cf. "Maestro, ¿quién pecó para que naciera ciego, él o sus padres? " - Jn 9,2).
Jesús se distancia de esta forma de pensar, y lo hace con dos preguntas a las que Él mismo da respuesta: ¿eran estos más pecadores que los demás? No, dice Jesús. Estos no eran más pecadores que los demás. Jesús dice que el mal habita en el corazón de todos, de la misma manera, y que nadie puede considerarse excluido de la necesidad de convertirse. Jesús subraya que la conversión es una necesidad, que todo hombre necesita centrar su relación con Dios, y reorientarse, convertirse a Él. Sin conversión, se pierde, se muere, porque sólo en Él hay plenitud de vida («pero si no os convertís, pereceréis todos» - Lc 13,5).
En la segunda parte del pasaje (Lc 13,6-9), Jesús cuenta la parábola de la higuera. Un hombre había plantado una higuera en su viña, pero ésta no daba fruto. Por eso pidió a su viñador que la cortara, para que no ocupara innecesariamente el suelo. El viñador vacila y promete realizar gestos que, en sí mismos, son bastante inusuales para una higuera, como cavar la tierra a su alrededor o echarle abono (Lc 13,8); el dueño de la viña se deja convencer y acepta dejar el árbol para ver si da fruto.
En el centro de esta parábola hay dos verbos en imperativo: el primero, "¡Córtala!" (Lc 13,7), dicho por el dueño al viñador; el segundo, "Déjala" (Lc 13,8), dicho por el viñador al dueño.
El primero, en realidad, es una expresión de ese pensamiento religioso común, mencionado en la primera parte del pasaje: si uno es infiel a sus deberes religiosos, el Señor Dios interviene y elimina al pecador. En realidad, también encontramos esta imagen al principio del Evangelio, en los labios de Juan el Bautista, según la cual todo árbol que no diera fruto, a la llegada del Mesías, sería cortado y arrojado al fuego (Lc 3,9).
El segundo verbo, "Déjala", es una expresión del corazón de Jesús: aquella para la cual toda la historia de la salvación es una ofrenda continua del amor de Dios a su pueblo. Dios da tiempo para que el pueblo se convierta, muestra paciencia, ofrece la posibilidad de un cambio de pensamiento y de vida. La respuesta del hombre, por lo general siempre insuficiente, no condiciona el don de Dios, que responde, en cambio, con un exceso de corazón y de cuidados, un exceso en cierto modo excesivo, como es excesivo cavar y abonar la tierra en torno a una higuera.
Este pasaje, por tanto, por una parte, nos recuerda a no considerarnos mejores que los demás, sino a ser conscientes de que todos somos igualmente pecadores, y es una invitación apremiante, una llamada a la urgencia de la conversión, para todos sin distinción. Por otra parte, muestra la paciencia de Dios que continuamente ofrece tiempo, que excede en misericordia.
En ambas partes del pasaje Dios espera: un cambio de corazón, un árbol que dé fruto. Una respuesta sincera, en definitiva, a su oferta de vida.
Este tiempo, pues, la Cuaresma, es un tiempo dado de nuevo, en el que se espera un fruto, amorosa y pacientemente.
+ Pierbattista
Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino