Meditación de S. B. Mon. Pierbattista Pizzaballa : Fiesta del Corpus Christi, año C

By: Pierbattista Pizzaballa - Published: June 13 Mon, 2022

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16 de junio de 2022

Fiesta del Corpus Christi, año C

Lucas (9,11b-17)

El pasaje evangélico que la liturgia nos ofrece en esta fiesta del Corpus Christi contiene varias paradojas, como si quisiera mostrarnos algo excesivo, algo exagerado.

Es el pasaje que narra el episodio de la multiplicación de los panes y los peces por parte de Jesús en la versión de Lucas (9,11b-17).

El primer exceso aparece en el hambre del pueblo. Es un hambre muy grande, y hay una gran multitud, ya que el evangelista se cuida de decirnos que había unos cinco mil hombres (Lc 9,14).

La pobreza de los discípulos también es excesiva, sólo tienen cinco panes y dos peces (Lc 9,13).

Las condiciones en las que se desarrolla todo esto son también claramente desfavorables: ya es de noche y estamos en una zona desértica (Lc 9,12).

Lo que el evangelista quiere destacar, pues, es la situación de extrema fragilidad, de extrema necesidad, en la que uno se encuentra; una situación que refleja toda la realidad de la vida humana, profundamente marcada por esta condición de gran precariedad.

Pero también quiere subrayar el hecho de que, humanamente hablando, no parece haber ninguna salida, ninguna solución: hay una desproporción entre las necesidades de la multitud y las posibilidades reales de los discípulos.

La única solución, a estas alturas, parece ser la que proponen los discípulos, es decir, que la gente se vaya, y que cada uno busque por su cuenta y para sí mismo lo que pueda saciar su hambre (Lc 9,12). Los discípulos no creen que pueda haber otra salida.

Por lo tanto, es absolutamente paradójica la invitación de Jesús, sugiere que la gente se quede (Lc 9,13), y que los mismos discípulos den de comer a todos: ¡una invitación humanamente imposible de cumplir!

Y sin embargo, esto es precisamente lo que ocurre.

En primer lugar, Jesús pide a los presentes que se dividan en pequeños grupos: ya no se trata de una multitud anónima, sino de pequeñas comunidades, donde es más fácil compartir e intercambiar.

Entonces Jesús no hace más que poner en comunión lo poco que tienen, que todos pensaban que no sería suficiente en absoluto. Pero, por el contrario, es suficiente. Este es el milagro que realiza Jesús.

En la historia de la salvación, esto sucede a menudo: ocurre que lo que hay en gran cantidad no es suficiente y no sirve, mientras que lo poco que hay, por el contrario, es suficiente para todos.

Pensemos en la viuda de Sarepta, en la tierra de Sidón (1 Reyes 17): el profeta Elías es enviado a una pobre viuda que no tiene casi nada que comer. Acude en ayuda del profeta y lo alimenta, y al hacerlo, a ella y a su hijo tampoco les faltará nada.

Pero pensemos en Jesús mismo: no nos salva con medios poderosos y abundantes, sino, al contrario, haciéndose el pobre de los pobres, uno de nosotros. Como dice San Pablo, "Jesucristo, que era rico, se hizo pobre por vosotros, para que os enriquecierais con su pobreza" (2 Cor 8,9).

Estamos acostumbrados a pensar que la salvación nos saca de una situación de precariedad y pobreza; por el contrario, la salvación es tal cuando nos hace entrar en nosotros mismos, hace que nuestra pobreza permanezca en nosotros, nos hace vivirla como riqueza, como posibilidad de compartir y de comunión, de confianza, de don.

Dios nunca salva con la riqueza: eso lo sabe hacer cualquiera. Dios salva con la pobreza, porque es en la pobreza donde brilla la verdadera riqueza, no a través de las cosas, los medios o las posibilidades que se nos dan, sino a través del don recíproco de uno mismo.

El pasaje termina con un último elemento excesivo: es el milagro que continúa hasta que se llenan doce cestas (Lc 9,17).

Cuando nos enriquecemos mutuamente con todo lo poco que tenemos, entonces experimentamos que somos verdaderamente ricos, que tenemos abundancia, que tenemos más de lo que jamás nos atrevimos a esperar.

+Pierbattista