Meditación de S. B. Mon. Pierbattista Pizzaballa: IV Domingo del Tiempo Ordinario, año A

By: Pierbattista Pizzaballa - Published: January 26 Thu, 2023

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29 de enero de 2023

IV Domingo del Tiempo Ordinario, año A

Mt 5, 1-12

 

Estamos al comienzo del ministerio público de Jesús, hemos visto que el Señor ha dejado Nazaret para ir a vivir a Cafarnaúm, y que desde esta ciudad comienza a proclamar que el Reino de Dios está cerca, que está presente en medio de nosotros.

El domingo pasado vimos dónde y cómo el Reino de Dios viene a interrumpir el curso de la vida humana.

Hoy veremos para quién se establece este reino, a quién está destinado y qué vidas llega a tocar primero.

Jesús no explica con palabras qué es el Reino de Dios: no lo describe, no aclara sus leyes, no lo enmarca en un sistema teológico preciso; simplemente da las coordenadas, las ideas, y describe sus efectos. Él abre las puertas para que entren los que quieren entrar, los que comprenden que éste es el verdadero camino de la vida. No dice lo que hay que hacer para merecer ser uno de ellos.

Pero sí dice que ciertas categorías de personas, casi sin saberlo, ya forman parte de él, y que pueden maravillarse y alegrarse al saber que el Reino es sólo para los que son como ellos.

¿Quiénes son estas personas?

Podríamos esperar una lista de todos los que tienen suerte en la vida, de todos los que encajan, de todos los que observan y son fieles a la ley. En cambio, Jesús nos dice que el reino pertenece a los pobres, a los mansos, a los misericordiosos, a todos aquellos cuyas vidas tienen cosas que arreglar. Es a ellos primero a quienes pertenece el reino: los primeros en el reino son los últimos.

Lo primero que aprendemos de las Bienaventuranzas es sobre Dios mismo: ama a todos, por supuesto, pero tiene sus preferencias, y sus favoritos son aquellos a quienes el mundo tendería a rechazar, los que se quedan atrás: los pobres, los no violentos, los puros de corazón.

Pero las preferencias de Dios no son como las nuestras: nosotros tendemos a preferir a alguien y excluir a todos los demás; para Dios, por el contrario, se trata de preferir a algunos para incluir a todos.

Dios, de hecho, empieza por los últimos, desde abajo, para poder acoger a todos a su vez.

El que ama comprende muy bien la lógica de Dios: una madre, o un padre, no ama a todos sus hijos de la misma manera, sino que ama más a los más necesitados. Sólo así podrá amarlos de verdad a todos.

Así comienza Jesús, cuando inaugura su reino.

Sabemos y creemos que el Reino de Dios es un reino de justicia y paz. Jesús, sin embargo, no está ahí para centrarse en juzgar a los que cometen injusticias, en castigar a los responsables de la pobreza de tanta gente, en perseguir a los autores del mal. No hace nuevas leyes, no elimina las injusticias, no resuelve los problemas. En cambio, vuelve sus ojos a los pobres y a todos los heridos, llamándolos "bienaventurados", incluso ahora, en esta tierra.

Pero, ¿qué es esta felicidad, esta alegría que no conocemos y que sólo el Señor puede revelarnos?

Los bienaventurados del Reino son aquellos para quienes la vida no es una huida hacia adelante, que no han encontrado salidas fáciles.

Los pobres, los mansos, los misericordiosos, los que se enfrentan a las dificultades y tragedias de la vida no buscan salvarse a toda costa, imponerse a los demás por la fuerza; al contrario, están como en suspenso, en el vacío, sin buscar llenarlo con sus propias fuerzas.

Atraviesan dificultades sin tratar de explicarlas.

Tarde o temprano, experimentan que es precisamente ahí, en la oscuridad, donde se abre el camino hacia una nueva experiencia de Dios: es ahí donde nos encontramos con Él. Y si ahí nos encontramos con la mirada de Dios, si descubrimos que estamos entre sus "preferidos", entonces la lógica de nuestra vida y el criterio con el que juzgamos lo que es esencial y verdadero y lo que no, cambiarán radicalmente: lo que parecía una ganancia se convierte en una pérdida (cf. Filipenses 3,7).

Estas personas, dice Jesús, son verdaderamente dichosas, son las verdaderamente afortunadas.

Porque para ellos, para quienes han descubierto la lógica de la Pascua inherente a todo drama humano, nada puede volver a asustarles: incluso las experiencias más difíciles se vuelven misteriosamente preciosas.

¡Esto sí que es alegría!

Se podría pensar que la alegría está ligada a lo que poseemos, a lo que llena nuestro vacío

Las Bienaventuranzas nos hablan de otra alegría más profunda, vinculada a lo que no tenemos, a lo que recibimos del Otro. Otro que no da algo, sino que se da a Sí mismo.

Es una perspectiva de la vida que no puede explicarse ni comprenderse de forma teórica. Es la experiencia de la fe la que conduce a una nueva manera de juzgar las cosas.

Sólo quien lo vive puede entenderlo. Para los demás, todo esto es un misterio.

 

+Pierbattista