Meditación de S. B. Mon. Pierbattista Pizzaballa: Santísima Trinidad, año A

By: Pierbattista Pizzaballa - Published: June 01 Thu, 2023

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4 de junio de 2023

Santísima Trinidad, año A

Juan 3, 16-18

 

En algunos pasajes del Evangelio de Juan, encontramos palabras de Jesús que son como síntesis, claves de lectura de toda la obra de Dios.

El pasaje que escuchamos en esta fiesta de la Santísima Trinidad (Jn 3,16-18), que forma parte del diálogo entre Jesús y Nicodemo, es precisamente uno de esos pasajes fundamentales.

Como acabo de decir, no es el único, ciertamente hay otros.

Pensemos en el capítulo 6, versículos 39-40, donde Jesús dice que «.... Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda a ninguno de los que me ha dado, sino que los resucite en el último día. Porqué esta es la voluntad de mi Padre: que todo aquel que vea al Hijo y crea en Él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».

O en el capítulo 12, versículo 47, cuando Jesús repite las mismas palabras que escuchamos hoy, repitiendo lo esencial: «... Porque no he venido a condenar al mundo, sino a salvarlo».

De hecho, en estos pasajes, Jesús hace una lectura «teológica» de la vida, de la salvación, de la obra de Dios Padre. Y es, en primer lugar, una lectura distinta de la que esperaban los hombres religiosos.

¿Por qué?

Porque el pensamiento común del hombre «religioso» es aquel que el hombre se equivoca y que Dios castiga. O, al contrario, que el hombre se comporta correctamente y que Dios premia.

Pero, en realidad, Dios no sólo no condena, sino que tampoco juzga. Al venir al mundo y hacerse hombre, Dios se somete en cierto modo al juicio del hombre, a su rechazo, a su condena.

Pero incluso ante todo esto, ante la maldad del hombre, Dios no juzga, porque es el propio hombre quien, al hacerlo, se excluye del amor, se juzga a sí mismo, revela su propio pecado. La venida de Jesús en la carne hace evidente el pecado del hombre, su desobediencia.

Ante esta evidencia, Dios puede por fin hacer lo que quiere, lo que vino a hacer, es decir, salvar, llegar al hombre allí donde está perdido y revelarle su amor.

Pero, por el contrario, todo lo que nos sucede puede ser interpretado y vivido como un pasaje de Dios que, en este acontecimiento, quiere mostrarnos su amor, quiere curarnos, abrirnos los ojos, ponernos de nuevo en camino, darnos hermanos; que quiere, en una palabra, salvarnos. A nosotros nos toca aprender el arte de mirar la vida de esta manera, con esta mirada, con esta fe.

El Evangelio nos recuerda que hemos sido salvados. No debemos salvarnos a nosotros mismos, no debemos intentar liberarnos del mal o de la muerte. Esto ya ha sucedido, de una vez por todas, y ya se nos ha dado todo.

Lo que corresponde al hombre es permanecer en el don recibido, conservarlo y dar gracias a Aquel de quien procede todo don.

Me parece que esta dinámica de don y gratitud puede decirnos algo sobre la vida de la Trinidad, y sobre esa vida verdadera a la que también nosotros estamos llamados.

+Pierbattista