Canonización Mártires de Damasco
Misa de Acción de Gracias
Roma, 21 de octubre de 2024
Homilía
Sab 3,1-9; 1Pe 4,13-19; Lc 12,4-9
Excelencias Reverendísimas
Reverendísimo Padre Custodio
Queridos hermanos y hermanas
¡Que el Señor os dé la paz!
(saludo inicial)
Ayer tuvimos la alegría de la canonización, junto con otros, de los mártires de Damasco. Y hoy estamos aquí para dar gracias al Señor por su testimonio, que ahora es reconocido y declarado modelo para todos por la autoridad de la Iglesia, con la proclamación del Santo Padre, el Papa Francisco.
Conocemos su historia y el contexto histórico y social que los llevó al martirio. No repetiré lo que ya hemos escuchado en los últimos días. En aquella época, la fragilidad política -marcada por la decadencia del Imperio otomano- abrió la puerta a la injerencia internacional, a intereses contrapuestos y a una sensación de inseguridad en las diversas identidades colectivas del momento. Estos elementos, a menudo mezclados con tensiones religiosas y étnicas, desembocaron en brotes de violencia, en este caso anticristiana. Desgraciadamente, este drama se ha repetido varias veces a lo largo de la historia, y aún hoy Oriente Medio se enfrenta a circunstancias que, en muchos aspectos, no difieren mucho de aquellos conflictos.
Pero no estamos hoy aquí para hacer juicios históricos sobre el pasado o el presente. Estamos aquí para dar gracias al Señor y para preguntarnos qué nos enseñan hoy estos mártires, especialmente a nosotros, cristianos de Tierra Santa y Oriente Medio, y a toda la Iglesia.
La canonización de los santos no es sólo la celebración de figuras del pasado, aunque ésta sea una parte importante de nuestra tradición. Es también una oportunidad para detenernos, reflexionar y preguntarse: ¿Por qué los mártires ocupan un lugar tan venerado en nuestra vida espiritual y litúrgica? En pocas palabras, ¿qué nos dicen hoy los mártires de Damasco y los de todos los tiempos?
En primer lugar, debemos reconocer que honrar a los mártires y dar gracias por su testimonio no significa celebrar su muerte ni el mal que se les hizo. La fe cristiana celebra la vida, no la muerte. El sentido cristiano del sacrificio no tiene que ver con la muerte, sino con la vida.
Con nuestras acciones, los cristianos estamos llamados a manifestar nuestro amor y nuestra contribución a la sociedad, ofreciendo esperanza a nuestro prójimo y abriendo caminos a la paz. El mayor don de Dios es la vida, y ésta debe ser siempre nuestra opción fundamental.
El martirio, por tanto, no es la expresión de un deseo de muerte, sino una opción que expresa un amor profundo y una fidelidad suprema a lo que más apreciamos. Por eso el martirio es el testimonio más alto de la fe. Los mártires nos muestran, a través de sus vidas, la fuerza de la fidelidad a Dios, que permanece inquebrantable incluso ante la muerte.
El Evangelio de hoy comienza con dos expresiones muy significativas: «amigos míos» y «no tengáis miedo» (Lc 12,4). En otro lugar, Jesús añadirá: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Estos hermanos nuestros, los Frailes Menores y los hermanos Massabki, dieron su sangre por Jesús, no por heroísmo, sino por amor. Su amistad con la persona de Jesús los llevó a identificarse también con Sus intenciones, con Sus sentimientos, a apostarlo todo por Él. Y al final a dar la vida por amor a Él. No tenían «miedo de los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más» (Lc 12,4).
La fe, en definitiva, no era para ellos un vestido que debían usar en las ocasiones adecuadas, sino lo que sostenía su vida misma. Habrían muerto si hubieran renunciado a la fe, y no al revés. Paradójicamente, al estar con Cristo incluso ante el peligro de muerte, dijeron sí a la vida, la vida que nadie puede arrebatarnos.
El martirio es también profecía, porque indica una manera nueva y diferente de estar en medio de la violencia y del mal, que están y estarán siempre con nosotros. El deseo de bien que existe en cada hombre y en toda sociedad, de hecho, debe abordar inexorablemente también la presencia del mal dentro y fuera de nosotros, y con sus consecuencias sobre las personas y sobre el mundo. No debemos hacernos ilusiones al respecto: el trigo y la cizaña siempre coexistirán. Y todo creyente, así como toda comunidad eclesial, debe saber afrontar estas situaciones con espíritu cristiano.
Los mártires de todos los tiempos nos enseñan, por tanto, que el modo cristiano de enfrentarse al poder del mal en el mundo es la cruz. Estar con Cristo en la cruz significa no tener miedo a la muerte, sino mantener vivo el deseo de entrega, de amor gratuito, de perdón. El martirio, por tanto, antes de ser un acto heroico, es la respuesta cristiana a la violencia y al mal. Rehúye toda forma de violencia, rechaza todo deseo de venganza, pero permanece en la cruz con Cristo, amando y perdonando.
Uno de los Hermanos, antes de ser asesinado, intentó salvar las especies eucarísticas del sagrario. Y esto nos recuerda otra enseñanza. El martirio puede entenderse también como un acto eucarístico. Si la Eucaristía es la celebración del mandamiento del amor, es memorial de la muerte y resurrección de Cristo, el martirio muestra su cumplimiento en la realidad del mundo. Eucaristía y martirio no son la misma cosa, pero lo que experimentamos en la Eucaristía encuentra su expresión en el martirio, donde la vida se ofrece como don, en unión con la muerte y resurrección de Cristo.
Los mártires de todos los tiempos, por tanto, nos ayudan y nos recuerdan que debemos mantener siempre viva la originalidad cristiana. Frente a la lógica del mundo, que sitúa en el centro de su pensamiento la fuerza, el sentimiento de superioridad, la victoria, la riqueza y el poder, el cristiano responde con el don de sí mismo, el deseo del bien, la valentía de perdonar, la fidelidad a la verdad y a la justicia, el amor gratuito. Es la fuerza de los mansos que heredan la tierra (cf. Mt 5,5). Para el mundo, los mártires son perdedores, como Jesús lo fue en la cruz. Pero para nosotros, creyentes, hacen visible el poder de Dios (cf. 1 Co 2,5).
En este momento, mi pensamiento se dirige a nuestro Oriente Medio, invadido por el odio, el fanatismo religioso, el deseo de venganza y de represalia, que son la causa de una violencia brutal, no sólo física, sino en muchas otras formas. Un contexto en el que a muchos cristianos se les niegan oportunidades, se les niegan derechos, se les maltrata o simplemente se les olvida, sólo porque continúan siguiendo a Cristo. En cierto modo, esto también es una forma de martirio.
Somos testigos de la ilusión de creer que se pueden construir perspectivas de paz con el uso de las armas. Abunda un sentimiento de desconfianza, falta de esperanza, indiferencia ante la muerte y el dolor de los demás. Hemos visto lo que esto ha producido: escombros por todas partes. La destrucción, antes de ser material, es moral, humana. La injerencia exterior, política o de otro tipo, ha desempeñado ciertamente un papel en esta deriva, como en la época de nuestros mártires, pero no puede justificar todo lo que ha sucedido. Deberíamos hacer penitencia y pedir perdón a Dios por todo ello. Y reconocer que incluso las religiones, en sus formas institucionales, no han mostrado una gran libertad y capacidad de profecía.
Es en este contexto en el que la pequeña comunidad cristiana de Oriente Medio es puesta a prueba continuamente, incluso hoy, como lo fue en la época de nuestros mártires. De Gaza al Líbano, de Siria a Irak, de Egipto a Sudán, son muchos nuestros hermanos y hermanas en la fe que sufren cada día. Pero junto a esas tragedias, también debemos recordar la maravillosa fidelidad a Cristo que saben dar. Hay que reconocer la fuerza y la belleza del testimonio de no pocos jóvenes cristianos, por ejemplo, que, en los muros de las iglesias destruidas por las bombas, no hace tantos años, quisieron escribir: «¡Pero nosotros os perdonamos!». Este es el modo de ser cristiano en Oriente Medio.
Por eso, incluso hoy, a pesar de las muchas dificultades, la fuerza de la cruz sigue brillando y nos reconforta. Aunque nos resulte difícil cambiar el mundo de la política, también es cierto que el mundo de la política no nos cambiará a nosotros. No permitiremos que la lógica de la violencia tenga la última palabra o sea la única voz en Oriente Medio. Esta, por tanto, es la belleza del testimonio cristiano y el sentido de su presencia en estas tierras, marcadas por la vida de Jesús, y bañadas en cada época por la sangre de los mártires cristianos, la presencia luminosa de Cristo: estar con la palabra y con los hechos una fuerza de vida, una oferta de fraternidad y de acogida, deseo de bien para todos, coraje para perdonar.
Queremos dar las gracias aquí a los numerosos hermanos y hermanas que, a pesar de todo, no sólo han permanecido fieles a Cristo, sino que continúan expresando de manera ejemplar su solidaridad humana con todos sin distinción, esforzándose por ayudar, apoyar, a tender la mano.
Un saludo especial a nuestros hermanos y hermanas en Siria, que hoy no pueden estar aquí con nosotros, pero que están unidos a nosotros en la oración. Les agradecemos su serena tenacidad a lo largo de estos años difíciles de guerra y pobreza. La sangre de los mártires de Damasco ha sido para vosotros una semilla que ha fortalecido vuestra comunidad cristiana que, a pesar de todo, hoy no se rinde, sino que sigue dando testimonio de vida y de fraternidad.
Dirigimos también una oración por nuestros hermanos y hermanas libaneses que han perdido la vida bajo los bombardeos de los últimos días. Una oración para nuestros hermanos y hermanas de Tierra Santa, desde Gaza a Belén hasta Nazaret.
Como en el pasado, estoy seguro de que también hoy, a pesar de la tormenta de la guerra, nuestra pequeña comunidad cristiana sabrá dar su hermoso testimonio de fe (cf. 1Tm 6,13). Que sabrá trabajar por la verdad y la justicia, colaborando con aquellos hombres y mujeres de toda fe que no temen comprometerse para construir juntos perspectivas de paz.
Que la Santísima Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, interceda y acompañe nuestro camino de fe, en Damasco, en Beirut, en Jerusalén y en todo el mundo. Amén.
*Traducción no oficial, en caso de cita, utilice el texto original en inglés en italiano – Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino