12 de octubre de 2025
XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, año C
Lc 17, 11-19
Para profundizar en el pasaje del Evangelio de hoy (Lc 17,11-19), partimos de un detalle del texto que tiene un valor simbólico preciso, coherente con el resto del Evangelio.
En el versículo 11, Lucas cuenta que Jesús camina hacia Jerusalén, pasando por Samaria y Galilea ("Mientras iba de camino a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea". - Lc 17,11)
En realidad, desde el punto de vista geográfico, el recorrido preveía pasar por Galilea, pasar por Samaria y luego llegar a Jerusalén. Lucas invierte el recorrido, y su inversión no es un error, sino un importante signo narrativo.
En Lucas, de hecho, el camino hacia Jerusalén es el corazón de la narración del relato evangélico: Jesús se dirige con firmeza hacia el lugar donde podrá vivir hasta el final su obediencia llena de amor al Padre, amando a los suyos hasta el final (cf. Lc 9, 51). Y, para llegar allí, debe atravesar diferentes lugares fronterizos, donde los límites se mezclan, donde se socava la lógica que divide a buenos y malos, justos e injustos.
Invirtiendo los pasos del camino de Jesús, invirtiendo la dirección, el evangelista Lucas anticipa y centra lo que también deberá ser el camino del discípulo, de todo hombre que acepta la salvación, que se deja salvar.
Lucas relata que un grupo de diez leprosos ve a Jesús y, manteniéndose a distancia, piden piedad ("Gritaron en voz alta: «¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!»" - Lc 17,12). Jesús pide a todos los leprosos vayan a presentarse a los sacerdotes, donde podrán confirmar públicamente su curación y su readmisión en la sociedad. Todos se ponen en camino, todos se curan, pero sólo uno vuelve atrás antes de llegar a los sacerdotes (Lc 17, 15).
El evangelista enfatiza el gesto de "volver atrás": incluso un poco más adelante Jesús lo subraya: «¿No se ha encontrado a nadie que volviera atrás...?» (Lc 17,15).
El leproso curado, por lo tanto, vuelve atrás, y el suyo no es un simple gesto físico, sino sobre todo un movimiento interior: el movimiento de quien no se conforma con el milagro, de quien sabe que el milagro es tal cuando cambia la vida, cuando invierte las lógicas, y, sobre todo, cuando vuelve a poner al Señor en el centro, cuando, a partir de entonces, se vuelve continuamente a Él.
Para el leproso curado, este volver atrás para agradecer a Jesús se convierte en lo más importante de todo: más importante que el compromiso que había tomado, más importante incluso que su propia readmisión dentro de la sociedad, es decir, de lo que había deseado durante mucho tiempo por encima de todo. Para él bastaba con haber sido curado, esa era su salvación.
El versículo inicial, además, da un nuevo matiz al episodio y abre la puerta a una lectura más profunda.
El primero en "volver atrás" no es el samaritano, sino el mismo Jesús.
Es Él quien, yendo a Jerusalén, descenderá a la muerte, para luego volver atrás. Es Él quien, subiendo al Padre, volverá atrás, llevándose consigo toda nuestra distancia, precisamente de la que habla Lucas en el versículo 12, al decir que los leprosos se detuvieron "a distancia".
Esta distancia no puede ser eliminada sino a través del volver atrás de Jesús, su inversión del rumbo del camino del hombre, destinado a la muerte. Con Él, el camino del hombre se invierte y se convierte, para quien lo sigue, en un camino de retorno al Padre.
Más aún. Este cambio en el camino anuncia el cambio del que los Evangelios dan continuamente testimonio: los últimos se convierten en los primeros, los pecadores son perdonados, los lejanos se vuelven cercanos, los pobres son bienaventurados...
No es casualidad que, al volver atrás, de los diez que habían sido curados, fuera un samaritano.
Este hombre estaba doblemente excluido: como leproso y como samaritano. Su camino era inevitablemente el de una persona perdida, excluida de la salvación.
En realidad, es este mismo quien revive en su propia historia el corazón del misterio de Jesús, su vuelta atrás.
Porque mientras intuye que la vida le ha sido devuelta solo por la gracia, es capaz de detenerse e interrumpir su camino, es capaz de perder el tiempo, es capaz de reconocer de dónde viene el don y adónde puede conducirlo. Ya no está en el camino hacia la muerte, sino hacia la vida.
+Pierbattista
*Traducido por la Oficina de Prensa del Patriarcado Latino a partir del texto original en italiano