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A lo largo del tiempo de Adviento, la palabra «salvación» se repite con frecuencia. Junto a ella, escuchamos también la palabra «Salvador» y la idea de que Dios salva a la humanidad, que busca y anhela esta salvación. Para recibir esta salvación, debe producirse una colaboración entre nuestro libre albedrío y la voluntad salvífica de Dios.
Dios, que creó a la humanidad sin su consentimiento desea salvarla sólo con su cooperación libre y voluntaria. Encontramos un ejemplo de esta colaboración entre las dos voluntades: La voluntad de Dios y la voluntad humana, en las palabras pronunciadas por la Virgen María el día de la Anunciación.
El Ángel se le apareció anunciándole que sería la madre del Salvador, diciéndole que concebiría y daría a luz un niño llamado Emmanuel. María no comprendió del todo el mensaje del Ángel, pero, con humildad y fe, reflexionó e indagó. Finalmente, María respondió con las palabras: «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra».
Estas palabras, ejemplifican un sí, que expresa una respuesta libre y activa a la llamada que Dios le hace, para que se convierta en madre del Verbo, en madre de este Dios que tomará carne a través de ella. ¡Esta idea se aplica también a nosotros! La salvación es imposible sin nuestra participación libre y activa.
Para explicarlo mejor, consideremos la historia de Zaqueo como un ejemplo de la asociación entre Dios y la humanidad. Zaqueo era un recaudador de impuestos, el jefe de los recaudadores de impuestos, y un pecador, pero buscaba la salvación. Había oído que Jesús de Nazaret, un amigo de los recaudadores de impuestos que perdona los pecados, iba a llegar a la ciudad de Jericó, su ciudad natal. La llegada de Jesús a Jericó no fue una casualidad; Iba en busca de Zaqueo, la oveja perdida y buscada del rebaño.
¿Cómo se produjo esta asociación?
Jesús decidió ir a Jericó, y Zaqueo eligió verlo. Cuando Jesús se acercó a la casa de Zaqueo, este se dio cuenta de que su baja estatura le impediría ver al Salvador.
Así que se subió a un sicómoro. Jesús le vio allí. Zaqueo quería invitar a Jesús a su casa... pero, ¿cómo podía lograrlo?
¿Cómo podía hacerle semejante invitación? Pero Jesús comprendió, porque conoce los pensamientos del corazón humano y le dijo «Baja pronto, porque hoy debo quedarme en tu casa». Zaqueo bajó rápidamente y acogió a Jesús con alegría. Organizó una gran fiesta, a la que invitó a otros recaudadores de impuestos, pecadores como él.
Entonces Jesús proclamó: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa». En respuesta, Zaqueo dijo: «He aquí que la mitad de mis bienes se la daré a los pobres, y si en algo he defraudado a alguien, se lo devolveré cuatro veces». Observemos aquí que cada acción de Jesús fue correspondida con un paso de Zaqueo. Y cada pequeño paso que daba Zaqueo fue correspondido con una respuesta aún mayor por parte de Jesús. Aquí presenciamos la convergencia de las dos voluntades.
¿Cuál fue el resultado?
Zaqueo se reconcilió con Dios, con la comunidad que antes lo había despreciado, con los pobres a los que había agraviado y robado, y consigo mismo. Pudo encontrar la paz interior, algo que nunca pudo experimentar cuando tenía tanta riqueza. Finalmente, Zaqueo recuperó el significado de su nombre. Su nombre significa «puro», «inocente» y «justo», pero era un pecador. Cuando regresó a Dios y a su verdadero yo, se hizo digno de llevar este nombre y encarnó verdaderamente su significado. Queridos hermanos y hermanas, os invito a asociaros a la gracia salvadora de Dios en este tiempo santo de Adviento.