8 de junio de 2025
Domingo de Pentecostés, C
Jn 14, 15-16.23-26
En la historia de la salvación, el Espíritu del Señor siempre ha intervenido, especialmente en los momentos más difíciles, para traer la salvación, para liberar, para mostrar la intervención de Dios en las complejas historias de los hombres. Ha descendido sobre personas débiles y las ha convertido en guías de su pueblo, ha hablado por medio de los profetas, ha devuelto la vida a huesos secos, es una potencia dinámica que siempre ha devuelto la fuerza y el vigor.
En cada uno de estos eventos, cada vez que el Espíritu se ha hecho presente, ha hecho posible un nuevo comienzo.
Donde todo estaba inmóvil, donde todo parecía pesado, o muerto, o cansado y fatigado, ha llegado el Espíritu para abrir un nuevo camino. Y lo ha hecho cada vez más entrando en la historia de la humanidad. Donde más íntima y profunda es la presencia del Espíritu, allí es más viva la relación con Dios y crece la conciencia de Su presencia en la vida del mundo.
En el pasaje del Evangelio de hoy (Jn 14, 15-16.23-26) vemos que Jesús anuncia una nueva venida del Espíritu. Quiere preparar a sus discípulos para este importante paso, para que comprendan que podrán seguir estando con Él, pero de una manera diferente, en el Espíritu, precisamente. Es, de hecho, un don para el que hay que prepararse, que puede llegar en vano si no se espera, si no se celebra e invoca. Jesús, en resumen, anuncia la venida del Espíritu, y así siembra la expectativa y la esperanza en el corazón de sus discípulos perdidos.
Porque para los discípulos hay algo que termina, y hay necesidad de un nuevo comienzo, un comienzo que solo el Espíritu puede propiciar. Jesús está a punto de afrontar su pasión, y será necesario el Espíritu para comenzar de nuevo desde este dramático acontecimiento y continuar el camino. Ni siquiera esta vez terminará la historia de Dios con los hombres.
Las características de la venida del Espíritu se revelan en dos términos del Evangelio de hoy: "siempre" («el Paráclito estará con vosotros para siempre» - Jn 14,16) y "todo" («os recordará todo lo que os he dicho» - Jn 14,26).
La presencia del Espíritu en la vida de los creyentes no será un evento ocasional, extraordinario, sino una presencia cotidiana y constante, una vida dentro de nuestra vida. El Espíritu no estará con nosotros y entre nosotros sólo en los momentos oscuros y difíciles, ni siquiera sólo en los momentos importantes, sino siempre, generando constantemente la vida de Cristo en nosotros.
Por esta razón, inmediatamente después de anunciar que el Espíritu estará siempre con nosotros, Jesús usa la imagen de la casa, de la morada («Mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él» - Jn 14,23).
El Espíritu viene a morar en nosotros, a hacer casa en nosotros, y al mismo tiempo nos convierte morada de Dios, lugar donde Dios viene constantemente.
Si el Espíritu viene siempre, entonces todo está lleno de vida y de sentido.
Nuestra vida está tan impregnada del Espíritu Santo, que todo en nosotros está lleno de Él, sin que nadie pueda separarnos de su presencia y de su obra.
Porque la obra del Paráclito es enseñar y recordar todo lo que Jesús ha dicho, es decir, hacer posible una lectura pascual de la vida, hacer de cada acontecimiento de la vida un lugar donde es posible dejarse transformar, retomar el camino y empezar de nuevo.
¿Pero empezar de nuevo para hacer qué?
Del pasaje de hoy se desprende claramente que el nuevo comienzo, hecho posible por la presencia del Espíritu, es el de quien siempre vuelve a amar («Si me amáis... si alguien me ama... mi Padre lo amará... quien no me ama» - Jn 14, 15.23.24). El Espíritu siempre está ligado al amor, porque el Espíritu es amor, es comunión. Se trata, pues, de acoger al Espíritu, al amor de Dios derramado en nuestros corazones (Rom 5,5), para comenzar una vida nueva en el amor.
Y como el Espíritu está siempre con nosotros, siempre será posible comenzar de nuevo, sin que nada pueda interrumpir esta posibilidad, sin que nada pueda encerrarnos en la inmovilidad del pecado y de la muerte. Es un "siempre" a veces difícil de creer hasta el final, especialmente en los momentos más complejos de la vida. Sólo el Espíritu puede abrirnos a la fe y la esperanza en la posibilidad de un nuevo comienzo, de una vida que siempre puede volver a empezar.
+ Pierbattista
*Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino