2 de noviembre de 2025
Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos
Jn 6, 37-40
La Liturgia de la Palabra de hoy nos ayuda a vivir este día en el recuerdo de todos los difuntos, de aquellos que nos son queridos, pero también de aquellos que no hemos conocido personalmente, pero que son nuestros hermanos en la humanidad.
La liturgia deja un amplio espacio de elección para las lecturas. Nos centraremos en la propuesta del Evangelio de Juan. Es un pasaje que nos ayuda a mirar el tema de la muerte con la mirada de Dios: solo haciendo nuestra esta mirada, podemos tener verdadera esperanza.
En realidad, la palabra "muerte" no está presente en el pasaje del Evangelio de Juan que hemos escuchado (Jn 6,37-40). Está presente en todo el pasaje, permaneciendo en segundo plano, pero sin nombrarse directamente.
El evangelista Juan, entre sus muchas particularidades, también tiene esta: la de utilizar un lenguaje donde cada cosa es renombrada, redefinida a partir de la resurrección.
En Juan, Jesús utiliza términos nuevos para hablar de aquellas realidades de la vida que el Padre le ha dado, y que Él ha acogido completamente, sin rechazar nada. Lo dice Él mismo: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí» (Jn 6,37). Todo lo que es humano, que forma parte de nuestra vida, le es dado a Jesús por el Padre.
Jesús lo acoge, lo vive, sin evitar nada, y precisamente esta acogida se convierte en el espacio donde la realidad humana es renovada y transformada, para que se convierta en el camino que conduce al Padre.
Así, Jesús da a estas realidades, incluso a las más dramáticas, un nombre y un significado nuevo: son despojadas de su contenido habitual para revelar el sentido oculto en el plan de Dios.
Por ejemplo, Juan no habla de cruz, sino de exaltación, de glorificación. Y no habla del juicio como un tribunal, sino como la irrupción de la verdad: "Este es el juicio: la luz ha venido al mundo" (Jn 3,19). El sufrimiento se convierte en nacimiento (Jn 16,21), y así ocurre con la noche, la tumba, la pérdida…: todo se convierte en un lugar de paso.
Juan también utiliza nuevos nombres y significados para la muerte, y es precisamente lo que vemos en el Evangelio de hoy. Estamos en el capítulo sexto del cuarto Evangelio, el capítulo que gira en torno al tema del pan de vida: la vida de Jesús se da a la humanidad como pan vivo, para que alimente nuestra la relación con Dios, una relación de profunda comunión que ni siquiera la muerte puede romper.
Jesús habla de esta realidad utilizando dos expresiones muy fuertes: «Al que viene a mí, no lo echaré fuera» (Jn 6,37) y, poco después: «Esta es la voluntad del Padre, que no pierda nada de cuanto él me ha dado, sino que lo resucite en el último día» (Jn 6,39).
Esto significa que la muerte da miedo porque representa para todos la amenaza del olvido, el temor a ser olvidados y a que nuestra vida se pierda. La muerte nos hace temer esto, que nadie venga a buscarnos cuando nuestra vida terrenal termine, que las relaciones que nos hacen vivir desaparezcan. Que haya un "fuera" (Jn 6,37) donde somos arrojados.
Jesús llega al hombre precisamente en este miedo. No le promete que no morirá, no le engaña con que la muerte se puede evitar. Pero le promete que, incluso en la muerte, Él no nos perderá, que vendrá a buscarnos, y que será, por tanto, el lugar del encuentro: este es el nuevo nombre de la muerte. De todo lo que somos, nada se perderá, sino que todo será motivo y posibilidad del encuentro con la misericordia del Padre, y todo seguirá viviendo en su memoria.
Todo esto será posible porque Jesús ha "bajado". Lo dice Jesús mismo: «He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me ha enviado» (Jn 6,38).
Jesús ha descendido del cielo precisamente para buscar a los hombres, y ha hecho esto en perfecta armonía con el Padre, cuya
voluntad es exactamente que cada hombre se salve, es decir, que esté siempre dentro de la relación con Él.
También nosotros, entonces, podemos aprender un lenguaje nuevo, el lenguaje de los resucitados, de quienes llaman a las cosas como Dios las llama, a partir del día de hoy, donde entonces ya no recordamos a nuestros difuntos, cuando ya no recordamos a nuestros difuntos, sino a todos aquellos que han pasado por la muerte y no se han perdido, sino que están vivos, custodiados en el Hijo que no pierde nada.
+ Pierbattista
*Traducido por la Oficina de Prensa del Patriarcado Latino a partir del texto original en italiano

