23 de noviembre de 2025
Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, año C
Lc 23, 35-43
La Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, hoy nos hace leer un pasaje tomado de la Pasión del Evangelio según Lucas (Lc 23, 35-43).
Es un pasaje que podemos dividir en dos partes.
En la primera (Lc 23,35-38), observamos la actitud que tienen, frente a Jesús, los diversos personajes que se encuentran al pie de la cruz: el pueblo, los jefes, los soldados. En la segunda parte (Lc 23,39-43), alzamos la mirada para ver lo que sucede entre Jesús y los dos malhechores crucificados con Él.
En ambas partes, hay un estribillo que recurrente: los jefes del pueblo, los soldados y uno de los dos malhechores piden a Jesús que se salve, que baje de la cruz, que muestre su poder.
El Evangelio de Lucas comienza con un anuncio de salvación. El anuncio de salvación resuena ante todo en el cántico de María, que se regocija en Dios, su Salvador (Lc 1,47). Luego resuena en los labios de Zacarías, quien pudo hablar de nuevo tras presenciar las maravillas que había obrado Dios en su vida, después de haber creído que Dios podía verdaderamente liberar y salvar (Lc 2,71.77). El anuncio de salvación también resuena en Belén, donde los pastores escuchan a los ángeles anunciar el nacimiento de un Salvador (Lc 2,11).
Es un anuncio que recorre todo el Evangelio, entra en las casas de los pobres, haciendo maravillas en la vida de tantas personas.
Ahora bien, la pregunta es legítima: ¿qué ha sido de esta salvación y qué será de ella?
¿Cómo este hombre crucificado podrá cumplir la promesa de ser el Salvador de todos los que le acogen?
Si no puede salvarse a sí mismo, ¿cómo podrá salvar a todos los demás? ("En cambio, los jefes del pueblo, se burlaban de él diciendo: "A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido" - Lc 23,35)
Todo haría pensar que la salvación que este hombre podía ofrecer a la humanidad se agota allí, en esa cruz.
La actitud particular del otro malhechor nos dice que es así.
Él también ve lo que todos los demás ven: un hombre crucificado, incapaz de salvarse.
Ahora bien, la pregunta es legítima: ¿qué ha sido de esta salvación y qué será de ella?
No sabe nada de Él, pero lo que ve, la mansedumbre con la que Jesús está muriendo, le basta para comprender que es inocente, víctima de un poder injusto.
Pues bien, a este hombre que no se salva a sí mismo, él le pide que lo salve: "Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino" (Lc 23,42).
El "buen" ladrón pide ser salvado no a un jefe, no a un poderoso, sino a un pobre, impotente, que está allí crucificado como él y con él. Un hombre silencioso y desarmado.
Pues bien, esto es, exactamente, el corazón de nuestra fe.
Dios no nos salva imponiendo su poder, sino limitándolo para poder acoger plenamente nuestra debilidad, para poder ser completamente solidario a nuestro dolor. La debilidad se convierte en un punto de encuentro, el lugar por excelencia donde cada uno de nosotros puede ser alcanzado y salvado, donde podemos reanudar nuestro camino y renacer con una mirada completamente renovada.
Sin embargo, hay dos cosas que merecen nuestra atención.
La primera es que el buen ladrón está ante Jesús reconociendo sus propias culpas: no se justifica, no se esconde, no minimiza sus propios errores. Más bien, reconoce que está allí justamente, que recibe lo que merece por sus acciones ("Nosotros, justamente, porque recibimos lo que hemos merecido por nuestras acciones; este, en cambio, no ha hecho nada malo" - Lc 23, 41).
Pues bien, solo de esta conciencia puede nacer una sincera petición de salvación; esta es la puerta que abre a la oración.
La segunda, es que el buen ladrón no pide bajar de la cruz: no utiliza a Jesús para obtener una reducción de su propio castigo, por justo que sea.
Pide mucho más: sabe que la verdadera fuerza de ese hombre está en su capacidad de acoger y perdonar, y se centra directamente en eso, en lo esencial.
Y Jesús lo salva, hace eterna esa comunión de confianza y de amor nacida en la extrema debilidad compartida, donde Él permaneció para poder estar, incluso allí, cerca de nosotros.
+Pierbattista

