Vigilia de oración 7 de octubre de 2024
Breve reflexión
Efesios 2,14-17
Queridos hermanos y hermanas:
¡Que el Señor os dé la paz!
Estamos reunidos aquí al final de una jornada de oración, ayuno y penitencia, al final de uno de los años más difíciles y dolorosos de los últimos tiempos.
Este año hemos levantado la voz ante nuestro horror por los crímenes cometidos, empezando por los acontecimientos del 7 de octubre de hace un año, en el sur de Israel, que han dejado una profunda herida en los israelíes hasta el día de hoy. También hemos alzado nuestras voces contra la reacción de agresión, destrucción, hambre, sufrimiento y muerte.
Estamos asistiendo a un nivel de violencia sin precedentes en palabras y acciones. El odio, el dolor y la ira parecen haberse apoderado de nuestros corazones, sin dejar espacio para otros sentimientos que el rechazo a los demás y su sufrimiento.
A lo largo de este año, hemos expresado nuestra solidaridad y apoyo a la comunidad de Gaza y a todos sus habitantes de todas las formas posibles.
Hemos tratado de ser una voz que condene enérgica y claramente toda esta violencia que solo provocará un círculo vicioso de venganza que generará más violencia.
Hemos reiterado nuestra convicción de que la violencia, la agresión y las guerras nunca generarán paz y seguridad. Hemos repetido incesantemente que lo que necesitamos, en cambio, es el coraje de pronunciar palabras que abran horizontes y no al revés, para construir el futuro en lugar de negarlo. Necesitamos el coraje de comprometernos, de renunciar a algo, si es necesario, por un bien mayor, que es la paz. ¡Nunca debemos confundir la paz con la victoria!
Hemos subrayado la necesidad de construir un futuro común para esta tierra, basado en la justicia y la dignidad de todos sus habitantes, empezando por el pueblo palestino, que ya no puede esperar su derecho a la independencia, que ha sido postergado durante demasiado tiempo.
Afirmamos la necesidad de hacer y decir la verdad en nuestras relaciones, de tener el coraje de decir palabras de justicia y de abrir perspectivas de paz.
Lo que ha sucedido y está sucediendo en Gaza nos deja atónitos, más allá de toda comprensión.
Por un lado, la diplomacia, la política, las instituciones multilaterales y la comunidad internacional han mostrado toda su debilidad, por otro lado, nos hemos sentido respaldados:
El Santo Padre ha hecho un llamamiento en repetidas ocasiones a todas las partes implicadas para que detengan esta deriva, pero también ha expresado la solidaridad humana con nuestra comunidad en Gaza de manera concreta y también les ha dado un apoyo concreto.
Precisamente hoy ha enviado una carta a todos los católicos de esta región, expresando su cercanía a todos aquellos que, de diversas maneras, están sufriendo las consecuencias de esta guerra, especialmente a nuestros hermanos y hermanas de Gaza, y nos anima a convertirnos en "testigos de la fuerza de una paz sin armas", a ser "brotes de esperanza" y "dar testimonio del amor mientras se habla del odio, del encuentro mientras se extiende el conflicto, de la unidad cuando todo se vuelve confrontación". ¡Gracias, Santo Padre!
También hemos recibido muchas formas de solidaridad de toda la comunidad cristiana hacia nuestra Iglesia. La solidaridad humana y cristiana ha encontrado formas de expresión de cercanía que han sido un importante consuelo para nosotros. Nunca nos hemos quedado solos con oraciones, expresiones de solidaridad e incluso ayuda concreta.
Sin embargo, en un contexto tan dramático, seamos sinceros: este año ha puesto a prueba nuestra fe. No es fácil vivir en la fe en estos tiempos difíciles.
Las palabras "esperanza", "paz", "convivencia" nos parecen teóricas y alejadas de la realidad. Quizás también la oración nos ha parecido a veces una obligación moral que hay que cumplir, pero no el lugar del que sacar la fuerza en el sufrimiento, una visión diferente del mundo, no un espacio privilegiado para el encuentro con Dios, para encontrar consuelo y consolación. Creo que estos son pensamientos humanos inevitables.
Pero es precisamente aquí donde nuestra fe cristiana debe encontrar una expresión visible.
Estamos llamados a pensar más allá de los cálculos coyunturales, no podemos detenernos solo en las reflexiones humanas, que nos atrapan en nuestro dolor, sin abrir perspectivas. Estamos llamados a leer estos desafíos a la luz de la Palabra de Dios, una Palabra que acompaña y ensancha nuestro corazón.
Y debemos seguir haciéndolo.
¿No es ésta nuestra principal misión como Iglesia? No solo saber decir una palabra de verdad sobre el tiempo presente, sino también ver y mostrar un mundo que va más allá del presente y sus dinámicas; ¿Proporcionar un lenguaje que pueda crear un nuevo mundo que aún no es visible, pero que se está manifestando en el horizonte? ¿Proponer un estilo de vida en este conflicto que ya haga posible entre nosotros lo que esperamos en el futuro?
La esperanza cristiana no es la expectativa de un mundo por venir, sino la realización, con paciencia y misericordia, de lo que creemos en la fe y en lo que basamos nuestro camino humano: en nuestras relaciones, en nuestras comunidades, en nuestra fe.
La esperanza cristiana no es la expectativa de un mundo venidero, sino la realización, con paciencia y misericordia, de lo que creemos en la fe y en lo que basamos nuestro camino humano: en nuestras relaciones, en nuestras comunidades, en nuestra vida personal.
"Así que él... [vino] para crear en sí mismo, de los dos, un hombre nuevo haciendo la paz» (Ef 2, 15).
Este tiempo nuestro es la espera de ver al nuevo hombre en el que cada uno de nosotros se ha convertido en Cristo.
En este tiempo lleno de odio, el hombre nuevo en Cristo es un ejemplo vivo de compasión, humildad, mansedumbre, magnanimidad y perdón (cf. Col 3, 12-13).
Si no somos así, si no creemos en el poder de la resurrección de Cristo por el cual somos salvados, ¿cómo nos distinguiremos de todos los demás? ¿Cuál puede ser nuestra contribución como creyentes en Cristo si no somos capaces de creer que el mal no tiene la última palabra en este mundo y que la paz es posible?
¿Si nuestras acciones en el mundo no están visiblemente marcadas por la certeza de que nada puede separarnos del amor de Dios en Cristo? (cf. Rm 8, 39).
En este tiempo en el que la violencia parece ser el único lenguaje, seguiremos hablando y creyendo en el perdón y la reconciliación. En este tiempo lleno de dolor, queremos y seguiremos usando palabras de consolación y dando consuelo concreto e incesante donde crece el dolor.
Aunque tengamos que volver a empezar de nuevo cada día, aunque seamos vistos como irrelevantes e inútiles, seguiremos siendo fieles al amor que nos ha conquistado y siendo personas nuevas en Cristo, aquí en Jerusalén, en Tierra Santa y dondequiera que estemos.
Por eso estamos aquí hoy. Por eso ayunamos y oramos. Para purificar nuestros corazones, para renovar en nosotros el deseo de prosperidad y paz con el poder de la oración y el encuentro con Cristo, y creer que no son solo palabras, sino vida vivida. Incluso aquí, en Tierra Santa.
Que la Santísima Virgen del Rosario interceda por nosotros y nos ayude a hacer nuestro corazón dócil a la escucha de la Palabra de Dios y a abrirnos para ser siempre y en todas partes personas nuevas en Cristo y valientes testigos de la paz. Porque «todo don perfecto viene de lo alto, del Padre de la luz» (St 1,17). Amén.
*Traducción no oficial, en caso de cita, utilice el texto original en inglés en italiano – Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino