Protocolo (1) 26/2025
A nuestros queridos estudiantes,
A los estimados padres,
A los sacerdotes y religiosos que sirven en nuestras escuelas de la Iglesia,
A los directores, maestros y educadores,
A las Secretarías Generales de Escuelas Cristianas en Tierra Santa,
¡Que el Señor les dé la Paz!
Nos encontramos en el umbral de un nuevo año escolar. Una vez más, nuestras escuelas en toda Tierra Santa abren sus puertas para dar la bienvenida a decenas de miles de estudiantes, cristianos y no cristianos, que se sientan juntos en los mismos pupitres, unidos por el amor al aprendizaje y animados por la esperanza en el futuro. Cada uno de ellos es un precioso regalo de Dios, una confianza sagrada puesta a nuestro cuidado.
Sin embargo, con profundo pesar, esta alegría no se extiende a nuestros niños en Gaza, quienes por tercer año consecutivo se ven privados de su derecho a la educación debido a la guerra. Sus escuelas han sido destruidas, sus aulas han cerrado. Los llevamos en nuestras oraciones, implorando que la paz prevalezca pronto para que puedan volver a sus pupitres y recuperar su infancia.
El inicio del año escolar no es un momento fugaz, sino un tiempo de gracia, una renovación de nuestra misión educativa. En nuestra visión, la escuela no son solo paredes y libros, sino un hogar donde el conocimiento y la fe conviven juntos para guiarnos a la verdad: donde la mente se ilumina con el resplandor de la verdad, el corazón crece en el amor a Dios y al prójimo, y el alma se ancla en la esperanza. En tal entorno, el carácter del estudiante se forja en valores y virtudes y se prepara para servir a la sociedad con espíritu de fe, esperanza y amor.
Nuestros alumnos de primer grado se embarcan en su viaje de aprendizaje por primera vez; que su año esté coronado de alegría, lleno de descubrimientos y fructífero en amistad y crecimiento. Nuestros alumnos de duodécimo grado se encuentran en el umbral de concluir sus años escolares, preparándose para entrar en una nueva etapa de la vida, llamados a la perseverancia, la madurez y la seriedad. Entre estos comienzos y finales se encuentra el recorrido escolar de cada estudiante, medido no solo por las calificaciones, sino por los valores forjados en el carácter, la resiliencia y la diligencia cultivadas, y la esperanza y la apertura cultivadas en el corazón.
Nuestras escuelas están llamadas a seguir siendo lugares de aprendizaje, encuentro y diálogo, campos que siembran la paz, salvaguardan la dignidad y abren a cada estudiante las puertas del futuro, independientemente de su procedencia. Los espléndidos logros de nuestros estudiantes en diversos campos, los genuinos valores que encarnan y las personalidades creativas que revelan son testimonio vivo de la fecundidad de esta misión educativa y motivo de orgullo y gratitud para todos nosotros.
En nombre de la Asamblea de Ordinarios Católicos de Tierra Santa, expreso la profunda gratitud de la Iglesia a todos los que sirven en nuestras escuelas: a los consagrados que acompañan la misión con un espíritu de cuidado; a los maestros que plantan las semillas del conocimiento y la virtud en las mentes y corazones de nuestros niños; a los directores que lideran con discernimiento y fidelidad; y a todo el personal que trabaja para asegurar que nuestras escuelas se mantengan vibrantes de vida. Su dedicación diaria, sus sacrificios silenciosos y su firme compromiso con esta misión son un testimonio vivo de que la educación en las escuelas de la Iglesia no es simplemente una profesión, sino un ministerio sagrado ejercido con amor, paciencia y esperanza.
También extiendo bendiciones y aliento a las familias de nuestros alumnos, que son el primer pilar de la educación: la escuela primaria donde se forma la fe, se nutren los valores y los niños aprenden el significado de la responsabilidad y el respeto. El papel de los padres va más allá de seguir las lecciones o supervisar el éxito académico; se extiende a sembrar el amor en el corazón, dar un ejemplo vivo de paciencia y generosidad, y acompañar el viaje de sus hijos con conciencia y ternura. La educación es una responsabilidad compartida entre el hogar y la escuela, basada en la confianza mutua y la colaboración continua.
A todos nuestros estudiantes, les digo: hagan de este año una oportunidad de crecimiento en el conocimiento y en la fe, para forjar su carácter en la perseverancia y el compromiso.
Que el Espíritu Santo ilumine sus mentes y corazones, y que la Santísima Virgen María, Sede de la Sabiduría, los proteja a lo largo de año.
Con la bendición paternal para todos, y con mis mejores deseos para un bendito nuevo año escolar.
Jerusalén, 28 de agosto de 2025, Fiesta de San Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia.
+ Pierbattista Card. Pizzaballa
Patriarca Latino de Jerusalén
Presidente de la ACOHL