Ordenaciones Diaconales CTS
Jerusalén, San Salvador, 15 de junio de 2025
Prov 9, 22-31; Rom 5, 1-5; Jn 16, 12-15
Reverendísimo Padre Custodio,
Queridos ordenandos,
Queridos hermanos y hermanas,
¡Que el Señor os de la paz!
«Tomará de lo que es mío y os lo anunciará» (Jn 16,14.15). Es una expresión que aparece dos veces en el Evangelio de hoy, solemnidad de la Santísima Trinidad.
Es una indicación sobre la relación entre las personas de la Trinidad. Para intentar comprender lo que Jesús quiere decirnos con esta expresión, demos un paso atrás para encontrar un pasaje del Antiguo Testamento en el que vemos una situación opuesta a la que Jesús describe.
El pasaje nos lleva al momento de la creación, en el libro del Génesis. El pasaje es conocido: Dios entrega al hombre toda la creación que acababa de salir de sus manos y, a través del mandato sobre el árbol del conocimiento del bien y del mal, le pide sin embargo que permanezca en una actitud humilde, la actitud de quien no posee nada, sino que todo lo acoge como un don. La actitud filial de quien sabe que no es el dueño de todo. En esencia, Dios le dice a Adán: «Todo te es confiado, pero debes saber que esta creación no es tuya, es obra mía, es obra del Creador, y vosotros sois todas mis criaturas».
En cierto momento, como sabemos, aparece la serpiente y entabla un diálogo con la mujer. Repite las palabras de Dios, pero no lo hace respetando su pensamiento. Le añade sus propias palabras: pequeñas palabras, insidiosas, que bastan para generar en la mujer la sospecha de que Dios es diferente a como se había manifestado en el jardín.
Dios había dicho que el hombre podía comer de todos los árboles del jardín, excepto de uno («Podrás comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás» - Gn 2,16-17). La serpiente pregunta si es cierto que no deben comer de ningún árbol del jardín («¿Es cierto que Dios ha dicho: No comais de ningún árbol del jardín?» - Gn 3,1). Las palabras cambian ligeramente, pero el significado cambia por completo.
La serpiente quiere separar a la humanidad de su Creador, y lo hace diciendo palabras que generan en el corazón del hombre una mentira, una imagen distorsionada de Dios. Pero no se trata solo de una imagen distorsionada de Dios. De hecho, corresponde a una imagen distorsionada del hombre, que deja de considerarse una criatura y vive en el engaño de poder vivir sin hacer referencia al Creador, que presume de poder ser libre solo sin Dios, que pretende decidir sobre su destino y el del mundo basándose solo en su propio poder, solo en sí mismo. Esta mentira queda grabada en lo más profundo de la memoria humana y se propaga rápidamente, como solo la mentira sabe hacerlo. Por lo que el hombre se vuelve incapaz de soportar el peso de la verdad («Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar» - Jn 16,12) y se convierte en esclavo de una mentira, de la cual no puede liberarse por sí solo.
Me parece que es lo que estamos viviendo en este tiempo tan dramático y agotador. Nos vemos arrastrados a una espiral de violencia cada vez mayor. Estamos atrapados dentro de un círculo vicioso del que no logramos salir, donde el sentido de poder y la demostración de fuerza, la presunción de salvarnos a través de nuestros poderosos medios y nuestras estrategias humanas, donde, en resumen, el poder del engaño y la mentira nos ciegan. Nos engañamos creyendo que somos fuertes, pero en realidad somos débiles, incapaces de pensar dentro del plan de Dios, y nos perdemos, o nos perderemos, detrás de nuestras mentirosas estrategias de poder humano, de corto aliento y que solo producirán muerte.
¿Qué puede, en cambio, llevar de nuevo al hombre a la verdad de sí mismo, a la verdad de Dios? Es lo que Jesús describe en el Evangelio de hoy. El Espíritu no actúa como la serpiente: no añade nada a las palabras de Jesús ni tampoco quita nada. No pone nada de sí mismo, porque vive en la misma realidad de Jesús, porque sabe que son palabras verdaderas, suficientes para la salvación del hombre. Esas palabras también son suyas. Entonces puede tomarlas, porque en la Trinidad todo es común, y se dan mutuamente gloria tomando el uno del otro, sin temor. Si todo es común, puedo tomar lo que es del otro y no le quito nada, al contrario: al hacerlo, confirmo la verdad de la comunión que nos une.
Para el hombre, este estilo de vida es una carga, una fatiga: si alguien nos quita algo, nos sentimos incompletos, defraudados. En la Trinidad es al revés. Entonces, la obra de Dios es llevarnos poco a poco a este nuevo modo de vivir y de pensar, el de la comunión. La humanidad que escucha las palabras mentirosas de la serpiente termina aislada, pobre y dispersa. Y lo constatamos cada día más, por desgracia. La humanidad que acoge las palabras de Jesús, las que el Espíritu toma y hace vivir en nosotros, reencuentra la verdad de sí misma y la verdad de Dios. La verdad de la comunión y del amor mutuo, que enriquece a la humanidad en bondad, en relaciones, en vida. ¡Cuánto necesitamos de esta verdad para nuestra Tierra Santa, para nuestras relaciones, para nuestras comunidades eclesiales y civiles!
Pero la expresión con la que hemos iniciado nuestra reflexión («Tomará de lo que es mío y os lo anunciará») es también una poderosa indicación del ministerio que estáis a punto de comenzar con vuestra ordenación diaconal.
La característica del ministerio diaconal es el servicio. Y este pasaje también dice algo sobre el estilo que deberá caracterizar vuestro servicio.
«Tomará de lo que es mío»: Vuestro ministerio no debe hacer nada más que "prolongar", en cierto sentido, el ministerio de Cristo. No es un servicio que prestareis y basta. Que partirá de vosotros y tendrá en vosotros el centro de referencia. Y tampoco partirá de vuestros superiores, a los que habéis prestado obediencia. El centro de vuestro servicio es sólo y exclusivamente Cristo. De la íntima relación con Él deberá descender el estilo de vuestro servicio.
El primer servicio al que seréis llamados es el servicio a la Palabra de Dios, que podréis proclamar también durante las celebraciones litúrgicas. Es precisamente Palabra de Dios, no vuestra palabra. Tendréis que saber meditarla, hacerla crecer y madurar en vosotros, hacerla también vuestra, pero sin superponerse a ella, sino haciéndola resplandecer en vuestra vida con todo su esplendor.
Y luego seréis llamados al servicio de la mesa eucarística, donde Cristo se convierte en pan partido para la vida del mundo, donde Su muerte y Resurrección se convierten en fuente de reconciliación, y que da forma a la comunidad cristiana. No seréis buenos servidores, no seréis verdaderos diáconos, si no sabéis también vosotros morir por amor. Si vuestro servicio no se caracterizará por vuestra entrega sin reservas y sin medida.
Pero sería demasiado poco si vuestro servicio se tuviera que agotar sólo en concentrarse en la forma de vivirlo interiormente.
«Y os lo anunciará»: vuestro servicio debe convertirse en anuncio, en testimonio. Debe salir de vosotros mismos. Debéis meditar la Palabra de Dios, pero para luego poder compartirla en la vida del mundo, para que se convierta en anuncio. Tendréis que participar en la fracción del pan en la mesa eucarística, para luego, a su vez, convertiros vosotros mismos en los que se parten, dando su vida al servicio del mundo. En resumen, no debéis ser como el hombre del Génesis, que presume de poder vivir y obrar en el mundo basándose sólo en sí mismo y actuar sin Dios. Debéis asumir el estilo de las personas de la Santísima Trinidad. Saber compartirlo todo en la comunión, en el amor mutuo, hacer que la humanidad sea rica en bondad, en relaciones, en vida.
En este sentido debéis tener siempre la conciencia tranquila. Estáis llamados a un servicio, a un ministerio que no es vuestro, que no os pertenece. Es de Cristo. Y es ahora de la Iglesia, en la cual este servicio encuentra su expresión plena y completa. En la obediencia a la Iglesia, por lo tanto, este ministerio se resume en la fe. La Iglesia os lo confía hoy, confiando en vuestra plena y confiada disponibilidad a convertiros vosotros mismos en expresión visible y creíble del deseo de Cristo de servir al mundo, amándolo.
Que la intercesión de la Virgen Inmaculada interceda por vosotros y os acompañe en este vuestro difícil pero maravilloso camino junto a Cristo y a la Iglesia.
*Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino