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Conferencia de Comisarios de Tierra Santa 2025

Conferencia de Comisarios de Tierra Santa 2025

Conferencia de Comisarios de Tierra Santa 2025 

Jerusalén, 24 de noviembre de 2025 
Dn 1,1-6.8-20; Lc 21,1-4  

Queridos hermanos y hermanas: 
¡Que el Señor os dé la paz! 

Estoy profundamente agradecido y feliz de estar hoy aquí con ustedes, para compartir el reconocimiento de toda la Iglesia local por su valioso servicio a la Custodia y a toda nuestra comunidad eclesial, en la que la Custodia desempeña un papel especial y fundamental. 

Reunirse en Jerusalén siempre tiene un sabor único. En ningún otro lugar las palabras de la Escritura resuenan con tanta intensidad: cada página bíblica, cada gesto evangélico parece encontrar aquí un eco natural, como si la tierra misma custodiara la memoria de las obras de Dios. Las lecturas de hoy, en el contexto de esta Convención, iluminan la misión que ustedes llevan adelante como Comisarios: una misión que no es solo administrativa o devocional, sino profundamente eclesial y espiritual. 

Hoy la Palabra nos presenta dos figuras: Daniel y la viuda del Evangelio. Una figura masculina, joven, fuerte en la fidelidad; y una figura femenina, frágil y pobre, pero muy rica en fe. Dos formas diferentes y complementarias de vivir la relación con Dios. Dos espejos en los que podemos reflejar nuestra misión y la de ustedes. 

La fidelidad que no se deja asimilar 

El pasaje de Daniel nos sitúa en un momento oscuro de la historia de Israel: la deportación a Babilonia, la pérdida de los puntos de referencia, la asimilación cultural forzada. Un pueblo desarraigado de su tierra. Esto nos conmueve especialmente cuando pensamos en los muchos cristianos de esta región que aún hoy viven en la fragilidad, la presión y, a veces, la marginación. Si observamos lo que ocurre desde hace demasiado tiempo en Tierra Santa, vemos que, en el fondo, nada es realmente nuevo. Las formas cambian, pero las dinámicas son similares a las narradas en los textos bíblicos. 

Daniel y sus compañeros reciben nuevos nombres, son educados según la cultura dominante, se les invita a comer en la «mesa del rey». No se trata solo de comida: es un proyecto de asimilación, una estrategia para hacerles olvidar quiénes son. 

Sin embargo, Daniel «decide en su corazón» no contaminarse. Este es el punto decisivo: la fidelidad nace en el corazón, no en las batallas externas. Es un acto silencioso, no ostentoso, pero radical. No se trata de oponerse al mundo, sino de permanecer fieles a uno mismo en cualquier contexto. Daniel no polemiza, no se aísla: dialoga, propone alternativas, ejerce un discernimiento sabio. Y es precisamente esta fidelidad dialogante la que Dios bendice con una sabiduría extraordinaria. 

Uno de los aspectos del conflicto se refiere precisamente a la relación entre las diferentes identidades, historias y pertenencias que componen Tierra Santa, que es a la vez judía, islámica y cristiana. Sin cada una de estas presencias, Tierra Santa y Jerusalén no estarían completas. En este contexto, es fundamental la labor de la Custodia que, gracias a su presencia secular, preserva la memoria de la presencia cristiana en Tierra Santa, su cultura, mostrando cómo tiene raíces profundas en esta tierra y ha contribuido enormemente al crecimiento de estas sociedades. Ahora debemos seguir haciéndolo, como Iglesia, juntos, de la misma manera que el profeta Daniel nos ha indicado. De hecho, también nosotros corremos el riesgo de encerrarnos en nuestras torres, de huir de la complejidad y el esfuerzo del encuentro en esta tierra herida y desgarrada. Pero, como Daniel, estamos llamados a seguir siendo nosotros mismos, a seguir siendo capaces de dialogar, de proponer alternativas, de abrir nuevos caminos, fieles a la historia que siempre nos ha caracterizado. En el pasado abrimos caminos fundando escuelas y hospitales; hoy debemos hacerlo abriendo corazones y miradas libres, creando contextos de confianza. 

Muchos de ustedes viven un ministerio similar: ser fieles custodios de Tierra Santa mientras trabajan en países lejanos, en contextos secularizados o pluralistas, entre desafíos económicos y expectativas eclesiales diversas. Ser comisarios significa no dejarse asimilar por la lógica del mundo, sino llevar al mundo la lógica del Evangelio y de la Custodia: la de la memoria, de la encarnación, de la proximidad concreta a las comunidades cristianas de esta Tierra. 

Daniel no defiende una tradición muerta: custodia una identidad viva. Así también ustedes: custodien los Lugares, sí, pero sobre todo el sentido, la historia, la fe que estos Lugares encarnan. Custodien, en cierto modo, la «tierra del corazón» del cristianismo. 

El don que Dios mide en secreto 

El Evangelio nos presenta una escena sencilla: una multitud que arroja ofrendas en el tesoro del Templo. Mucho ruido, mucha visibilidad. Luego, una figura aparentemente insignificante: una viuda pobre, dos monedas muy pequeñas. Un gesto que nadie habría notado. 

Pero Jesús la ve. Jesús mira donde los demás no miran. Mira el corazón, no la cantidad. Mira el sacrificio, no la apariencia. 

La viuda no da lo que le sobra: da lo que le cuesta. No hace cálculos: realiza un acto de confianza. Su don es pequeño, pero total. 

Aquí, en Jerusalén, este Evangelio tiene un peso especial. La Custodia de Tierra Santa vive gracias a las ofrendas de los fieles de todo el mundo. La mayor parte de estas ofrendas no provienen de grandes benefactores, sino de personas sencillas: familias, ancianos, jóvenes, parroquias que tienen «dos monedas» que ofrecer, pero las donan con amor. Estas ofrendas no son solo un apoyo económico: son un vínculo de comunión, una caricia, un acto de amor por la Tierra de Jesús. 

La viuda no habla, no se justifica, no explica. Actúa. Es un gesto puro, que se convierte en Evangelio. En una época en la que todo es visible, medible, cuantificable, el Evangelio nos recuerda que la lógica de Dios es diferente: Dios mide lo que no se ve, valora lo que está oculto, mira la calidad del amor. 

Como Comisarios de Tierra Santa, tienen un papel importante en el sostenimiento de la vida de la Custodia, en ser puente entre las iglesias del mundo y la Iglesia Madre de Jerusalén. Pero ser comisarios significa también ser garantes de la confianza de los pobres. Significa transformar el don oculto de las muchas «pequeñas viudas» del mundo en apoyo concreto. Significa, como Jesús, tener una mirada capaz de reconocer el valor infinito de los humildes y los pequeños. No solo son sostenedores de la Custodia, sino que, dondequiera que ejerzan su ministerio, están llamados a llevar consuelo y esperanza, a hacer reconocer y, ¿por qué no?, a reencontrar a Cristo encarnado. Llevar la Tierra Santa al mundo significa llevar a Cristo. Su servicio es pura evangelización, en el sentido más pleno y bello de la palabra. 

Fidelidad y gratuidad: los dos pilares de la misión 

Daniel nos enseña que la misión se construye con la fidelidad interior. La viuda nos enseña que la misión crece con la gratuidad del corazón. 

Sin fidelidad, la misión se vacía. Sin gratuidad, la misión se endurece. 

La Custodia de Tierra Santa —y con ella su servicio— necesita ambas cosas: integridad y don, discernimiento y generosidad, firmeza y delicadeza. 

Hoy más que nunca, en una Tierra Santa herida por la violencia, las divisiones y las incertidumbres, su papel es precioso: son lugares de comunión, embajadores —como sugiere el tema de esta conferencia— de la Iglesia universal hacia la Iglesia de Jerusalén. Aportan apoyo, pero también cercanía; recursos, pero también esperanza; organización, pero también espiritualidad. 

En estos tiempos marcados por desafíos e incertidumbres, su presencia aquí es un signo de esperanza para muchos cristianos que miran a Jerusalén como fuente de luz y unidad. Les invito, por tanto, a llevar al mundo no solo el recuerdo de Tierra Santa, y a hablar no solo del conflicto y del dolor que la abruma, sino también de su mensaje de paz, diálogo y fraternidad que sin duda han encontrado en las muchas personas que aún aquí son capaces de dar este testimonio. Sean testigos de una Iglesia que sabe acoger, escuchar y crear ocasiones de encuentro, incluso donde parece imposible. Cada uno de ustedes, en su vida cotidiana, puede ser un signo concreto de reconciliación y de amor gratuito. 

Me gusta pensar, inspirado por las lecturas de hoy, que en su ministerio son como Daniel en medio de Babilonia: llamados a discernir, a permanecer firmes, a ser luz en tiempos complejos. Y son como la viuda en el Templo: llamados a entregarse, a ofrecer con generosidad, a hacer posible el don de los pequeños. 

Pidamos al Señor que conceda a cada uno de ustedes: un corazón fiel, que no se deja asimilar, sino que ilumina; un corazón pobre, que se entrega sin reservas; un corazón sabio, capaz de leer los tiempos y custodiar lo esencial. 

Así, su servicio seguirá sosteniendo esta Tierra, única en el mundo porque ha sido santificada por los pasos de Dios hecho hombre. 

Que el Señor les bendiga, les confirme en su misión y haga fecundo cada gesto de amor hacia la Tierra Santa y hacia quienes la habitan. 

Amén.